La cruz de 1821
Fragmento de "Nunca tuvimos país" de Mauricio Delgado. Obra de la exposición La República Fallida, 2012.
Erick Ramos Solano
St. Nikolaikirche es un memorial de la Segunda Guerra Mundial en medio de la ciudad. Su particularidad es que sus instalaciones sin techo son los restos de una vieja iglesia protestante bombardeada por los aliados durante la operación Gomorra en 1943.
Ahí, parado en medio de las imponentes estructuras neogóticas devastadas y la soledad de la enorme torre santa, puede uno ver el cielo todavía azul del otoño alemán mientras comprende que todo recuerdo del terror y la miseria que deja una guerra o el odio vale más en pie porque, tangible así y real a la palma de la mano y los sentidos, se hace mucho más contundente.
El arte es también ese otro lugar de poder similar en donde el mensaje humano del dolor o la esperanza puede valorarse más allá del tiempo y sus trances.
Miro el calendario (aunque esto vaya a parecerles un lugar común) y me doy cuenta que no estamos en diciembre de 1930. Entonces Joseph Goebbels, lugarteniente de Adolf Hitler, lideraba la irrupción de las SA al estreno de All Quiet on the Western Front (Sin novedad en el frente occidental), película antibelicista dirigida por Lewis Milestone y basada en la novela homónima de Erich Maria Remarque. Energúmenos uniformados y toda clase de gente intolerante que en esos días empezaba a engrosar las nuevas filas nacionalsocialistas, arrojaron bombas de gas y golpearon a los asistentes con el objetivo de acabar con la función.
No, no son esos días por supuesto ni el nazismo quema hoy libros en plazas de Berlín, controla diarios, radios o revistas, convoca mítines antisemitas donde se proclama el amor a Hitler o al espíritu alemán ni se llama «degenerados» a artistas con ideales diferentes. No. Así como tampoco son los días de Odría, Velasco o el fujimorismo y su prensa chicha, canales vendidos, vírgenes que lloran y su pacificación trafa.
El intento de censura a la exposición Así sea de Cristina Planas en Miraflores y el desmembramiento de la muestra curada por Karen Bernedo en Villa El Salvador son, como entonces durante el ascenso del nazismo en toda Europa, hechos, además de deplorables, aterradores. La censura es el arrebato de la voz, un acto de estricta violencia contra el derecho de todo ciudadano sensible a decir: «Yo pienso».
Inspiradas en la lucha de María Elena Moyano contra el terror de Sendero Luminoso, el atentado en Tarata y la figura sanguinaria de Abimael Guzmán, las doce obras retiradas de Álvaro Portales, Mauricio Delgado, Juan Acevedo y Jesús Cossio —así como el extravío del lugar de los archivos fotográficos de Caretas y La República—, explican esa concepción banal y desaprensiva que el Estado prefiere tener aún de la sociedad que (suponemos) representa: amnésica, acrítica, insensible, cínica y perversa. Así haya sido presión fujimorista (a través de defensoras tan poco amables como Marta Moyano) o afán militar, uno puede encontrar una razón mucho más soez para enclaustrar cualquier expresión artística: ignorancia.
«Estamos hablando de nuestro Dios», decía un hombre severamente indignado a través de un enlace de Canal N. Imaginé que era un vecino miraflorino, representante de esos otros 999 firmantes de una petición municipal de retiro de las obras o cierre de la sala. «No puede ser que se haya rebajado a una inmunda demostración de cultura —dijo luego—, mostrándolo totalmente desnudo. Eso es denigrar la figura máxima y tan respetable de quien es la máxima autoridad del mundo entero».
Así y con todo, tal y como puede leerse, uno pude advertir no sólo esa huella tan sensiblera y torpe del espasmo limeño frente a lo que se cree un sacrilegio (o tal vez sólo lo que, en este caso, no se entiende), sino la cucufatería más ridícula y mezquina de años y años de educación trunca en el Perú. Pensé además: si era así como se estaba fundamentando las razones de censura por parte de un grupo de vecinos de Miraflores, entendía por qué no había tenido éxito.
Ello es, digamos, la cruz que el artista plástico Mauricio Delgado plantea es el estigma de nuestra naturaleza nacional, en su última exposición, La república fallida, que entonces no tuvo reprobación alguna.
La cruz que llevamos desde 1821, ese madero que nos ha tocado cargar tantos siglos y no nos ha dejado liberarnos completamente de ese oscurantismo inquisidor del poder eclesiástico, perdido hoy en lo inhumano de la intolerancia y el autoritarismo, y del Estado, guiado no sé sabe bajo qué ideología pero qué bien colocado detrás del poder económico y vestido de todos sus santos.
Retiro de las obras de arte gráfico de la exposición que la artista Karen Bernedo instaló en Villa El Salvador. El fondo blanco de los paneles podría muy bien representar lo que buscan determinadas fuerzas políticas para el país: una memoria en blanco.
"Mujer desnuda en sillón rojo", retrato vanguardista de 1932 de la amante de Pablo Picasso Marie-Thérèse Walter, ilustraba un afiche promocional en el aeropuerto de Edimburgo de la más reciente exposición sobre arte británico moderno y su relación con el pintor malagueño en la Galería Nacional de Arte Moderno de Escocia. Algunos pasajeros consideraron que el dibujo de los pechos desnudos de Walter era deshonroso. Fue tapado entonces por las autoridades del aeródromo con un velo blanco pero, inmediatamente después debido a diversas protestas por la censura misma, fue de nuevo descubierto.