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La verdad (seguirá) negada

Publicado: 2012-08-26

Satan Leads the Ball (Satán lidera la cola) de 1942, de Arthur Szyk (1894-1951). Los líderes del Eje aparecen ridiculizados en carrera corta hacia el Mal. En la marcha, de izquierda a derecha, aparecen Benito Mussolini, Philippe Pétain, Hermann Göring, Adolf Hitler, Joseph Goebbels y el emperador Hirohito.

Erick Ramos Solano

El negacionismo del Holocausto busca reinterpretar políticamente los hechos acaecidos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Afirma, contra todo hecho documentado o fidedigno, que el genocidio llevado a cabo por el régimen nazi contra judíos y otras comunidades perseguidas no existió. Poco menos que un mito, sería producto fatal de la fantasía y el fraude.

El régimen nazi nunca habría tenido un plan deliberado de exterminio. Por esta razón, sería falso hablar de la muerte de seis millones de judíos —aunque las cifras que se manejen estén ampliamente documentadas gracias, por ejemplo, a informes como el de Richard Korherr, inspector en jefe de la Oficina de Estadística de las SS quien, siguiendo órdenes de Himmler en enero de 1943, presentó un detallado análisis del avance de la Solución Final, desde 1933 a 1942, en donde se calculaba que 4 millones de judíos habían sido ya exterminados en toda Europa, excluyendo aún del conteo guetos y campos de concentración—, y que existió además una logística especial para el exterminio masivo, llámense cámaras de gas o campos de exterminio.

Llega a afirmar también que Hitler nunca tuvo conocimiento ni responsabilidad alguna sobre las ejecuciones o que el Holocausto (que en griego significa «sacrificio de fuego»), en realidad sería producto de una propaganda bélica inventada por los aliados, aprovechada luego por conspiraciones judías con fines políticos y económicos.

En Europa y otros países, el negacionismo en relación al Holocausto u otras masacres históricas es un delito. Es la negación, trivialización, justificación o aprobación de la barbarie de crímenes de genocidio, es decir: crímenes de lesa humanidad. Existen leyes contra el negacionismo como la Loi Gayssot de Francia, la rigurosa Verbotsgesetz de Austria o la ley belga aprobada en 1995 y ampliada a las escuelas. En Alemania, también, la negación pública del exterminio judío se penaliza según el Strafgesetzbuch o Código Penal, y se le considera incitación al odio.

En el Perú no se ha hecho mucho luego del Informe Final de la CVR en donde, de manera categórica, se afirma que la reconciliación y la paz no tendrán lugar si no se sabe qué sucedió durante dos décadas (1980-2000). Es decir: si no se identifica al responsable, al verdugo, la víctima, el lugar y el hecho, la razón por la cual nos matamos unos a otros sin compasión ni tregua. De otra forma, seguiremos en el limbo de sociedades escindidas e injustas que niegan su pasado y continúan estimulando, en su pequeño camino de progreso, aquellas diferencias político-sociales que originaron la ola de violencia en el campo.

Se le llama «zona gris» a aquel territorio social en donde, durante la violencia política, el ejercicio o papel del actor no es claro o único; esto es: no es blanco ni negro. Zonas grises hay en los pequeños pueblos ayacuchanos donde el campesino, las huestes terroristas y las fuerzas militares se confunden unos a otros en la cronología de la masacre o la desaparición forzada. No es sencillo identificar social e ideológicamente al subversivo pues detrás hay un campesino, pobre y quechuahablante (pero sobre todo indefenso y olvidado), o un joven cabo armado y camuflado, destacado a la sierra porque la nación estaba en guerra contra un «enemigo invisible» y no había otro destino que el cerco.

Mi país es una enorme zona gris donde la identidad de los actores parece oscurecerse pues, llevada a uno y otro lado de las tiendas políticas y el prejuicio bizarro, sólo se cataliza de esta manera: se es héroe o terruco. Hace poco, las distintas reacciones por la intromisión filosenderista en la presentación del libro de Gonzalo Portocarrero Profetas del odio, revelaron, en mi opinión, que para la academia y su entorno el senderista (o el neosenderista, si éste existe), y a pesar de la atención de los medios y las redes sociales, es una criatura escondida aún, tenebrosa, ignorante y resentida; no son personas comunes y corrientes en el ejercicio de su derecho a defender sus ideas, aunque éstas sean distintas. Pero negar en el Perú el hecho terrorista es continuar con el terrorismo.

Tratar de arrinconar la ideología del MOVADEF, lamentando acaso el fracaso de la ley que penaliza la apología terrorista, no hará sino llevar la discusión a otro lado, pues el terrorismo en el Perú no fue sólo un asunto del PCP-Sendero Luminoso o el MRTA, sino del Estado. Si bien nadie quiere asumir la responsabilidad de la barbarie, la subversión y el Estado, no obstante, se parecen tanto cada vez que se les interpela. Las Fuerzas Armadas fueron también ese otro actor que Hannah Arendt llamaría «Rädchen im Getriebe sein», esto es: esa otra rueda del enorme engranaje de violencia y perversión que tampoco debería negarse.

Si quisiéramos comprender leyes como las mencionadas, tendríamos que reconocer sus verdades inobjetables, hechos que difícilmente podrían ponerse en cuestión, como la Shoah, causados principalmente por el Estado: el régimen nacionalsocialista, el poder militar y su apoyo político y eclesiástico contra poblaciones inocentes y desarmadas.

Prueba de ello fue el forzado ingreso de población civil al campo de concentración de Dachau, en Baviera (el primero del régimen nazi abierto en marzo de 1933 y modelo de todos los demás levantados posteriormente), liberado el 29 de abril de 1945 por el ejército estadounidense. Aquella vez —para que centenares de alemanes pudieran ver con sus propios ojos la horrenda realidad de la monstruosa máquina de exterminio en el que se había convertido su país mientras Hitler gobernaba—, hombres y mujeres, entre el espanto y el desasosiego, sólo atinaban a decir que habían sido engañados todos esos años por el partido y que desconocían que tremendas instalaciones, llenas de desolación y muerte, habían existido tan cerca de sus casas.

Penalizar la negación del terrorismo y todo lo que significó la subversión en el Perú en nombre de la democracia y el desarrollo, puede ser por supuesto un arma de doble filo. Aprobar rápidamente un proyecto de ley que busque penalizar conductas que justifiquen o nieguen delitos de terrorismo cuando, no hace muy poco, se fue torpe y negligente al continuar con la represión y el abuso en Cajamarca en favor de empresas extranjeras, no debe ser signo de un cambio sino todo lo contrario.

Si lo que se busca, como afirma el Estado, es proteger a la sociedad de un «lenguaje de odio», de la eterna amenaza contra la democracia y la estabilidad en un país como el nuestro, nada sería más loable ni más humano que hacer justicia, decir la verdad y reparar a las víctimas del Estado y de la nefasta lanza criminal de los grupos terroristas.


Escrito por

EPAF

El Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF) es una organización civil sin fines de lucro que se dedica a la búsqueda, recuperación e identificación de los más de 15.000 peruanos que continúan desaparecidos, tras dos décadas de conflicto. El EPAF utiliza l


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Desaparecidos... ¿Hasta cuándo?

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