Viva el Perú®
Erick Ramos Solano
Llegué a Münster, Alemania, hace ya tantos meses, con cuatro peruanos más. Dos abogados, un filósofo y un geólogo piurano. Tal vez por miedo a estar solos cuando nos embargara la nostalgia (esa terrible sensación), decidimos pasar juntos fiestas patrias. La cita fue en el Brücke, en la calle Wilmergasse, a unas cuadras de la vieja universidad pública.
Hay en esta sencilla ciudad una pequeña asociación cultural latinoamericana dirigida por un arequipeño, Félix Manrique Barrera, llamada UPLA. Organiza desde hace ya cuatro años cada veintiocho un bufete de comida peruana (liderado por el cocinero de Fusión La Mar, restaurante peruano ubicado en las inmediaciones de la famosa Ludgeriplatz), al mejor estilo criollo. Se baila tondero, huaylas y cumbia; se bebe Cuzqueña y se canta el himno nacional, con la nueva estrofa que reza: «en su cima los Andes sostengan…».
Una de las cosas que llamó mi atención fue lo que, en una pequeña presentación, se dijo era el Perú: los baños del Inca, Machu Picchu, Caral, las casonas limeñas, el Misti y, por último, la inmensa pero desconocida y salvaje selva amazónica.
Pensé que, por su puesto, frente a las decenas de invitados —no sólo peruanos o hispanohablantes sino también alemanes—, hablar de un país no podía ser otra cosa que hablar de lo que tenía, es decir: aquello que estaba ahí para ser visto, elogiado, fotografiado y recordado, una y otra vez, sin cansancio, hasta que estuvieran en pie.
¿Qué puede ser mejor, en estos días patrios, que celebrar lo que nos hace peruanos o, como dice el mercado, nos llena de orgullo? Cierto. Sin embargo, luego de unos minutos, la sala quedó a oscuras y en silencio para la proyección de Marca Perú. Primero, la infame y futurista corta alucinación de un Perú después de veinte años y, de inmediato, el documental de la invasión de un pueblito llamado «Peru», en Nebraska, EEUU, en donde, ya sabemos, Christian Bravo anuncia a través de un megáfono que por ser peruanos tenemos derecho a comer rico, se llama compatriotas a extranjeros y se le otorga un DNI gigante a un nacido norteamericano en fecha patriótica.
Eso era el Perú para los peruanos sin el Perú, un Perú como destino turístico, un país rodeado de afiches y calendarios, un gran plato de cebiche, seco o papa a la huancaína, un territorio ganado por suerte, bajo esa absurda y complaciente idea de que nos pertenece porque, gracias a la casualidad, está dentro de nuestros límites.
Pero qué éxito tuvo; el Perú en pantalla grande fue gracioso y pintoresco. O se es cocinero o te gusta comer. Todo en él existe, es real, pero sólo para pasar un rato; no para quedarse. Es como un gran plato de comida que hay que comer y luego dejar.
Por un momento, tuve la triste y atolondrada sensación de provenir de una nación para turistas o foráneos, no para ciudadanos. Un Perú registrado, un país para festejar.