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III Memoria o nada

Publicado: 2012-06-17

Erick Ramos Solano

Una mujer con un número colgado de la solapa camina sobre escombros cargando un niño; cogiéndola del bolso, otro va a pie en la misma dirección. Sobre la imagen una leyenda dice «Überlebt»: sobreviviente.

Esta fotografía junto a otras, alineadas al lado de unas escaleras de madera, retratan lo que hicieron centenares de supervivientes de diferentes campos de concentración y guetos cuando cesó el fuego. Hombres avejentados, famélicos, calvos o rapados, llevando un pantalón raído o el traje a rayas característico de los campos de exterminio, esperan un bus en Holanda o ingresan a las casas asignadas para ellos en lo que queda de Berlín.

Las escaleras son huecas y lustrosas. Las habitaciones del siguiente piso no son tan grandes. Sería inexacto, sin embargo, decir que están dedicadas sólo a las víctimas del Holocausto; más bien, la memoria es de toda la sociedad alemana, reconocida como tal, vulnerada y desolada luego de una hecatombe. La casa, luego de pertenecer a las fuerzas policiales, fue en la posguerra el lugar de la reparación.

La segunda parte de la exposición lleva por título «Wiedergutmachung als Auftrag» (La restitución como mandato). La residencia albergó en efecto el Departamento Regional de Indemnización entre 1954 y 1968. Aquí, la llamada «sociedad de posguerra» aparece en fotografías reunida en grandes cementerios, memoriales y marchas en las principales ciudades alemanas destruidas durante el bombardeo. El objetivo de las oficinas fue empezar el proceso de recuperación de una nación dividida.

Pequeños álbumes con fotografías, cubiertos, platos, pañuelos, listas con nombres de personas desaparecidas, diarios y certificados de la época muestran el tiempo que fue, durante la persecución antisemita. Si el piso de abajo y los objetos o herramientas, armas de regla y la indumentaria oficial nos hablan de las fuerzas del orden del régimen nazi, aquí la casa revela la vida de los judíos alemanes a través de utensilios cotidianos.

Muchos supervivientes del genocidio, traídos principalmente de Europa del Este, vivieron a partir de 1945 en campos de fuerzas aliadas para desplazados. Aunque las condiciones fueron desastrosas, y el hacinamiento y el hambre enervaron aún más su agotamiento, los campamentos militares albergaron algo más importante y necesario: la esperanza de recuperar el núcleo familiar destruido durante la guerra.

Esa es la historia de Henriette Rathgeber. Nacida en Münster en 1913, logró sobrevivir al llamado «NS-Zeit» o régimen nazi en Renania. Luego del regreso a la tierra natal, se dedicó a la búsqueda de la familia perdida, solicitando a las oficinas que entonces esta casa albergaba la verdad del paradero final o la devolución de los restos. La labor fue penosa y difícil, pero Henriette logró encontrarla.

La memoria de la Segunda Guerra Mundial, de la pesadilla que significó la destrucción de toda Europa, está viva en cada rincón de este país. Si uno se preguntara, como en el mío, para qué recordar tiempos de violencia, injusticia y desolación, la respuesta sería no sólo simple sino tal vez angustiosamente evidente: si no recordamos, no somos nada.

¿Para qué recordar una masacre si esos excesos militares no tuvieron sino otra justificación que la recuperación a toda costa de una paz nacional perdida en el campo?

¿Para qué marcar en el espacio la huella de un tiempo de asesinatos, violaciones y desapariciones forzadas si hoy debemos mirar hacia el futuro, un futuro que, además de incierto, parece caer en el horizonte como una torre de naipes pues la salud económica no durará mucho si no logra construir bases sociales capaces de ejercer derechos fundamentales en la celebración equitativa de la bonanza? ¿Para qué recordar además la indiferencia (esa manera tan nuestra de darnos la espalda), el caos, la corrupción y el latrocinio si el ejercicio político ya no es más el refugio de la ciudadanía sino del oportunismo y la pendejada?

Pues porque, a pesar de todo, en esa memoria no hallaríamos sólo lo que fuimos, en un rango cronológico marcado por fechas u obituarios, sino lo que somos hoy, alejándonos del peligroso limbo de quienes no han aprendido del pasado y poniendo un pie, de una vez por todas, en el reconocimiento de la necesidad de dejar de ser una nación dividida.

Hay al final de la exposición nueve casilleros en donde se leen en alemán los verbos: «bezahlen», «(wie) erinnern», «(wen) bestrafen», «(warum) entschädigen», «therapieren», «rächen», «versöhnen» y «anerkennen». Indemnizar, (cómo) recordar, (a quién) castigar, (por qué) reparar, sanar, vengar, conciliar y reconocer.

Entre estos casilleros, sin embargo, hay uno en blanco. Una indicación a pie dice: «Platz für Ihre»: sitio para ustedes, es decir: en ese conjunto al parecer infinito, caótico y monótono de verbos en juego a la hora de mirar un pasado tan horrendo pero a la vez tan miserablemente humano como el Holocausto, qué verbo o palabra, qué ejercicio o acto hace falta para completar el sentido de la memoria cuando la injusticia nos golpea.

Ese verbo está en nosotros. Ahí dentro, donde respiramos y sentimos el mundo que nos toca vivir hoy. ¿Qué palabra colocaría usted? Es más, si de eso dependiera su existencia, ¿elegiría una palabra, actuar o nada?


Escrito por

EPAF

El Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF) es una organización civil sin fines de lucro que se dedica a la búsqueda, recuperación e identificación de los más de 15.000 peruanos que continúan desaparecidos, tras dos décadas de conflicto. El EPAF utiliza l


Publicado en

Desaparecidos... ¿Hasta cuándo?

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