Los muertos de la casa
I El verdugo uniformado
La casa se conserva intacta en la calle Kaiser-Wilhelm-Ring, en Münster, Alemania. Sobre uno de los muros que sostiene el enrejado, una placa de metal dice que los autos pueden aparcarse en el patio. Encima, la estatua de un niño rollizo que coge frutas nos sonríe. Hace frío y parecen congelárseme las manos.
Geschichtsort Villa ten Hompel es un pequeño museo en exposición permanente de documentos, fotografías y demás objetos que retratan los crímenes cometidos por la policía alemana (o «Deutsche Polizei»), concebidos en sus propias instalaciones durante la Segunda Guerra Mundial. El memorial, ubicado en un barrio sencillo luego de los rieles del tren, reconstruye, habitación tras habitación, una parte de la historia del pueblo alemán en esta región alejada, durante el régimen nacionalsocialista y el exterminio de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y enfermos mentales en campos de concentración.
Una mujer alta de gafas, rostro afable y ojos azules nos da la bienvenida. Nos pide en alemán que dejemos nuestras casacas y bolsas en los bastidores, y empecemos la visita en esta dirección, señalándonos una puerta blanca luego del pasillo. Inmediatamente después, en el hall de la residencia, aparece un enorme y viejo radiotransmisor, moderno para la época, parecido a un escritorio de madera con botones y micrófonos.
Este armario de conmutación telefónica lleva, en alemán, el largo y complicado nombre de «Fernsprechvermittlungsschrank». Fue instalado aquí al inicio de la guerra permitiendo a los agentes policiales transmitir y recibir información cifrada desde largas distancias para controlar la deportación o transporte de judíos de la zona de Renania del Norte-Westfalia, Osnabrück y Bélgica a los campos de concentración cercanos. Al levantar los auriculares pueden oírse grabaciones originales de oficiales nazis. Este complejo aparato, puesto ahí al empezar el recorrido, es signo del importante papel que jugó este edificio en la investigación militar durante la llamada «solución final».
La primera parte de la exposición, titulada «Polizei, Verwaltung und Verantwortung» (Policía, administración y responsables), narra brevemente el desarrollo de la institución antes, durante y después del ascenso de Hitler al poder en 1933, el conflicto mismo y los primeros años luego de la derrota del nazismo y la destrucción total de Alemania.
Una serie de afiches y carteles de publicidad de las décadas del veinte y treinta retratan la imagen del oficial como «Freund und Helfer», amigo y protector. El policía se rodea de niños, viste de verde, es correcto y ejemplo en la sociedad. Es «ein Freund im Alltag des Lebens», es decir: un amigo de la vida cotidiana. Tal es la importancia del personaje que, aún luego de la guerra, durante el proceso de reconstrucción nacional, el policía recuperó su figura paternal y empática. “Oskar der freundliche Polizist” (Óscar, el policía amigo), fue una tira cómica popular en los años cincuenta. En una escena Oskar, al ser reprendido por un superior por jugar uniformado con un niño a la pelota, corre a vestirse de civil para ponerse a jugar de nuevo.
Dentro de la casa se siente calor. En realidad el clima, en estas primeras semanas de mayo, ha cambiado radicalmente. Ya no sentimos el terrible frío de abril; más bien, el sol quema desde temprano, los árboles se llenan de hojas y la gente de esta ciudad se echa en los jardines alrededor del lago a tomar sol en ropa de baño. Sólo hoy, al parecer, la temperatura ha bajado irremediablemente.
Es a mediados de la década del treinta y durante la guerra que la policía alemana se transforma, sin embargo, en uno de los principales elementos del gobierno para la eliminación de enemigos políticos y el desarrollo del plan de limpieza racial del partido nazi en Europa. Bajo el mando de Heinrich Himmler, Comandante en Jefe de las SS y uno de los más grandes criminales de la historia, la policía alemana cambió radicalmente de misión y logró forjarse con ahínco en la investigación y el espionaje.
Con Reinhard Heydrich como mano derecha, organizó el Servicio de Seguridad del Reich que recopiló información para acabar con la vida de Ernst Röhm, otrora compinche de Hitler en las revueltas del fallido golpe de 1923 y otros sediciosos de las filas de la SA —«Sturmabteilung», tropas de asalto o milicia del partido nazi, conocidas también como «camisas pardas», dirigidas por Röhm—, que deseaban abandonar el nacionalsocialismo, en la llamada Nacht der langen Messer o «noche de los cuchillos largos» en 1934.
Mientas tanto, Kurkt Daluege, General de las SS y segundo al mando luego de Himmler, lideró la matanza de más de mil personas en la destrucción de Lídice, entonces pueblo de la antigua Checoslovaquia, como represalia al atentado que costó la vida del mismo Heydrich, una mañana de mayo de 1942.
Ambos, Daluege y Heydrich, identificados como cabezas de la institución, responsables de la muerte de centenares de personas durante el Tercer Reich, aparecen fotografiados en un documento de la época, uno al lado del otro, como reconociendo el celo que hubo entre ellos complaciendo las órdenes de Hitler, la muerte de inocentes y el espanto de la violencia. Es bajo la dirección de estos oficiales nazis, además, que la imagen del policía se acercó entonces al mítico héroe ario que defendía la patria del enemigo extranjero.
La visita de esta tarde es solo para becarios; no obstante, somos pocos. La sede en Bonn prepara año a año una serie de visitas a museos y ciudades alemanas como parte de una formación alterna a la que se imparte en las aulas del instituto de idioma alemán donde estudiamos. Entre nosotros, sin embargo, está Kateryna Gutsal, una joven y simpática estudiante ucraniana de veinte años cuyo bisabuelo peleó en la Segunda Guerra Mundial al frente del ejército insurgente. Además, Joonghyun Lee, otro joven y amable coreano formado en las fuerzas armadas de su país. Con suma atención, observa conmigo los documentos uno a uno mientras toma fotografías con su teléfono celular.
Un dibujo de 1941 retrata al policía en motocicleta (una BMW, probablemente) en pleno desplazamiento mientras las siluetas del caballero medieval, del siglo XVI y del soldado de la Primera Guerra Mundial arengan al individuo uniformado —el Polizeisoldat— en una fantástica (y también descabellada) reconstrucción histórica de continuación mítica que buscaba formar ideológicamente al policía u oficial en el valor y la resistencia en medio del caos de la guerra.
«…Und wir vollenden!», dice el grabado; es decir: nos completamos o, en otras palabras, el oficial se integra, cerrándose en un círculo de pureza racial la misión que, para los nazis, iba más allá del tiempo y la muerte. «Als Ritter einer neuen Zeit» o como caballeros de un nuevo tiempo, es que estos agentes de la policía alemana logran tener un lugar entre las SS y la Wehrmacht (o fuerzas armadas) con la sola misión de exterminar a quien no era de raza aria.
La policía fue lo que los alemanes llaman «Hakenkreuz», la unión o pieza clave que, a través del cruel desempeño de sus altos rangos, fue símbolo del penoso cambio de policía protector a verdugo uniformado.
Erick Ramos Solano